miércoles, 10 de enero de 2007

LA ARDILLA OWEN Y EL MISTERIO DE LAS BELLOTAS (3ª parte)


Owen volvía a estar soñando. Rellenando servilletas para terminar su cuento que escribía de un modo frenético, queriendo aprovechar ese momento de inspiración, ese momento en que la musa había aparecido para no soltarlo. Se encontraba enfrascado en sus pensamientos cuanto oyó la voz de un compañero que le decía que dejará de mirar al techo que les habían llamado para ir a comer. Owen cerró la mandíbula pensándose que aún estaba cantando, y suspiró profundamente aliviado. Demasiado tiempo haciendo playback pensó.

Subieron a la segunda planta de esa Masía rústica alquilada entera para la ocasión pensando que podrían sentarse para comer, pero en cambio se encontraron de pie, con unas mesas llenas de copas y cubiertos, vacías de cualquier comida y con trece sillas a repartir entre 80 animales del bosque hambrientos, cansados y con los pies hinchados de tanto permanecer de pie.

-- Cuando terminará la canción –comentó Owen a la amiga que tenía al lado-.
-- ¿Cómo? –respondió ella asombrada y sin entender que le decían.
-- Sí mujer, cuando acabe la música de fondo podremos sentarnos a la silla que tengamos cerca y los que queden de pie serán eliminados.
-- Pero Owen –dijo con una voz dulce, cómo si le hablase a un bebé-, es que no suena nada, y las actividades han acabado hasta que comamos.
-- Ahh! –exclamó Owen perplejo-. ¿Pero entonces esto es la comida?, ¿y los platos?, no veo nada.
-- Mira!! –señalando hacía el fondo de la sala mientras aparecían unos camareros con bandejas en las manos-, ves, ardilla de poca fe, ya llega la comida.
-- Pero es que son tapas –exclamó Owen desorientado y más perplejo aún-. Y la comida decente. No la veo. Eso lo hacen en el bar de al lado del trabajo, cerca de nuestro famoso árbol centenario. No lo entiendo. Y fíjate, los animalillos están al acecho de los camareros y a este paso no nos llegará nada.

Efectivamente, los animales del bosque y compañeros/as de trabajo de Owen, se abalanzaron encima de las bandejas de comida que llevaban los camareros a duras penas y firmes, evitando que en muchas ocasiones se cayeran al suelo ante el apetito voraz y depredador de los comensales, mostrando estos últimos una perfecta educación británica y un protocolo digno de una recepción oficial de jefes de Estado. Un espectáculo lamentable, pensó Owen. Parece que no hayan comido en la vida –murmuró en voz baja, casi inaudible-. La situación llegó hasta tal extremo que los animales empezaron a hacer cola, apretados, dándose codazos, y mordiendo las orejas a los de al lado a lo Mike Tyson, y situados delante de la puerta giratoria de la cocina evitando así que los platos llegasen a los cuatro metros de su posición original, por lo que las mesas y los animales que se encontraban situados al final de la sala de ese fabuloso festín no probaron apenas el manjar que otros se zampaban sin miramientos. Así se atraganten algunos y cojan diarrea –pensó Owen en un ataque de rabia justificada-.


-- ¿No comes nada Owen? – le preguntó un amigo de las oficinas que tenía la empresa en otro bosque muy lejos de la comarca de nuestro protagonista-.
-- Ya he desayunado mucho, gracias por preguntar – contestó Owen-.
-- Tranquilo, a mi me pasa lo mismo, pero ya me he dado cuenta que es porque no nos llega comida, y yo la verdad es que paso de morder orejas por un pincho de tortilla de patata, aunque sea de las que saque los ojos de lo rica que está.
-- En fin amigo –dijo Owen en un tono de resignación-, es lo que hay, así que mejor será bajar para abajo y hacer el café tranquilo sin ese ruido desagradable de las bocas abiertas masticando comida, o malas caras por acercarte a otra mesa en busca de un mendrugo de pan.

Owen se bajó con un par de amigos para hacer el café y charlar un poco, criticar a alguien y relajarse con una buena compañía. En poco rato empezó a bajar la jauría de zopencos que compartían espacio natural en el bosque con Owen para tomar el café. Los decibelios de la sala volvieron a subir de un modo exponencial a medida que ya tenían el café servido. Y los animadores de la empresa contratada para la ocasión, usaron esos silbatos a lo Clint Eastwood en El Sargento de Hierro para anunciar que la hora de la comida había finalizado y que debían ponerse manos a la obra para grabar el temazo musical que habían estado practicando toda la mañana. Un ejercicio que servía, a parte de acabar con las plantas de las pezuñas destrozadas, la garganta echa polvo y las articulaciones inservibles al menos por un par de días, para inculcar el espíritu del trabajo en equipo, del sacrificio, y la muerte del orgullo o la profesionalidad en alas a la excelencia comercial y económica de la empresa.

Pero Owen no estaba para comerse la cabeza en discursos políticos que no entendería casi nadie, por lo que decidió dejar sus neuronas descansar un rato y camuflarse entre la multitud de sonrisas y jolgorio que emanaba de la sala de grabación improvisada. Lejos estaba Owen de imaginarse como estaría su cabeza después de una hora para grabar un tema que no podía sonar tan mal, y que suponía un claro atentado terrorista al mundo de la música ya consolidado y con una calidad que se alejaba mucho de lo que sonaba en esos instantes. Manos a la obra. Animales provistos de sus cuerdas vocales, y otros de instrumentos de percusión. Unas señales con las manos de los improvisados profesores de conservatorio y los cimientos del edificio sufriendo las ondas de ese intento de tema musical, con una letra de la canción que haría palidecer a cualquier escritor del planeta.

Una hora y pico después, arropados por los aplausos de los asistentes a este festival musical, y con el ánimo eufórico del que graba su primer álbum. Se bajaron entre los cantos del estribillo (pegadizo dónde los haya, y nada envidiable a un King Africa de sus mejores tiempos), hacía el exterior de la Masía, para fumar unos cigarillos unos y ver la puesta de sol otros. Esa imagen era preciosa. Animales, que a pesar de sus ropajes naturales titiritaban de frío mientras en sus labios sostenían un cigarrillo humeante, y otros apoyados en una barandilla mirando como el Sol se escondía detrás de las montañas a lo lejos, como si fuera la única vez que hubieran visto esa imagen bucólica en el bosque, comentando que tal les había parecido de momento el día de esta cena de Navidad extremadamente larga y que aún quedaba lo mejor para el final.

En ese instante Owen, se dió cuenta que algo estaba pasando, que algún tipo de misterio flotaba en el aire. Era un presentimiento, una intuición, algo que había aprendido mientras había trabajado para el servicio secreto del bosque durante unos años, como agente de campo de la ANSB (Agencia Nacional de Seguridad del Bosque), pero que dejó por un stress y una presión sentimental ejercida por su pareja en esos momentos, y Owen era muy enamoradizo y fiel, y sacrificó una prometedora carrera profesional por el amor de una ardilla muy femenina pero que acabó siendo más bruja que cualquier enemigo con el que se hubiera topado. Se olía que algo se estaba preparando, por lo que a partir de ese instante se puso a observar con detenimiento su entorno para descubrir que estaba pasando o que ocurriría en breve.

De repente, Owen, escuchó una conversación que le erizó los pelos de ardilla y no podía salir de su asombro…..

(CONTINUARÁ…)


GoldeneyeTina Turner

viernes, 5 de enero de 2007

LA ARDILLA OWEN Y EL MISTERIO DE LAS BELLOTAS (2ª parte)

Owen se encontró otra vez con su amigo James después del intrincado viaje en coche, y que se habían separado para saludar a la gente que también había llegado antes. James era un castor de unos enormes ojos de color miel, con una inclinación natural y casi obsesiva hacía el exhibicionismo, en todas sus facetas; poseía unos magníficos dientes delanteros blancos como la leche, que traían de cabeza a todas las ardillas y demás animales del sexo femenino y algunos del masculino de toda la comarca de Isinmuth, cerca del condado de Playsmouthor, uno de los centros estatales de recogida de alcachofas y trigo integral liofilizado efectuados con los pies, y recolectados artesanalmente de rodillas.

James le contó a su amigo mientras hacían el café juntos en uno de los descansos antes de cantar, que un día, se acerco al río para realizar su diaria y vespertina limpieza de sus partes más íntimas (el hecho de ir desnudo por el bosque todo el día, ensucia mucho) se acercó tanto al río que llegó a ver a unas crías jovencitas de cocodrilos juguetear entre ellos mientras mordían el trasero de un pobre puerco espín, cuyas espinas que le protegían se le estaban cayendo debido a una alopecia galopante de carácter hereditario.

James se quedó aún más perplejo, cuando vió que una de las crías, de nombre Julius, o al menos eso le pareció oír por los gritos que estos se lanzaban, increpó a sus hermanos arreándoles unas bofetadas por su deshonroso comportamiento. Los hermanos, anonadados y doloridos por el escozor de las galletas que con tremenda fuerza habían recibido de su propio hermano mayor, se pusieron a llorar desconsoladamente, mientras susurraban algo incomprensible. No entendían el porque alguien de su propia sangre les había pegado de esa manera, pero James, les dijo que había un pacto en todo el bosque, y que siempre se había respetado, consistía en dejar que crecieran para ponerlos a trabajar y en por ende subiría el producto interior bruto de la exportación de alcachofas del bosque para la cotización en Bolsa.

Unas palmadas al aire de la gente que organizaba el evento sirvieron para indicar que el descanso había finalizado y debían volver a sus puestos para seguir cantando unos y tocando instrumentos de percusión otros. Owen empezaba a notar los pies algo que hervía dentro de sus zapatos. Era el cansancio de estar de pie durante 4 horas y la cosa prometía seguir de igual modo hasta la esperada hora de la cena de Navidad de la empresa. Poder sentarse y dejar de hacer más el payaso de lo que habitualmente hacía en la oficina. Owen decidió mover los labios para simular que estaba cantando mientras le deba vueltas a la cabeza para encontrar un final para el cuento que empezó a escribir en unas servilletas en el desayuno.

Hasta estos instantes sólo tenía escrito lo siguiente:

Érase una vez, en un país muy, muy, pero que muy lejano...

Vivía una rana, de nombre Hermenegildo, la cual tenía un don especial para rellenar las albóndigas de carne con piñones de tres en tres cada vez en menos de un segundo, y le añadía algunos frutos secos, que recogía de vez en cuando en sus frecuentes paseos por el bosque en las frescas tardes otoñales del país de Cachipum, para darle un toque personal a sus guisos.

Un día, en un de sus habituales paseos en busca de frutos secos, oyó un grito espeluznante, aterrador, escalofriante, y al cabo de unos segundos unos terribles sollozos. Intrigado, Herme (que era cómo le llamaban sus más preciados amigos), se acercó entre la maleza, dónde le había parecido oír los gritos iniciales, y se encontró con una ardilla llena de sangre y las manos temblorosas, sollozando y balbuceando frases inconexas.

La sangre empapaba la ropa de arriba debajo de la pobre ardilla. Entre sollozos consiguió explicarle lo que le había ocurrido, instantes antes, no muy lejos de allí, cerca del riachuelo que atravesaba la calle principal de Cachipum. Por lo visto, Arnaldo, que era como se llamaba la ardilla en realidad aunque todo el bosque lo conocía por el "tijeretas", se había discutido con un primo suyo castor, que aunque era primo adoptado (evidente llegados a este punto hemos de matizar y dejar claro unos conceptos, ya que si tenemos en cuenta que aunque dos ardillas se acuestan y mantengan sexo desaforado, aunque una de ellas sea culturista, nunca puede nacer un castor, explicado esto continuamos con el cuento)...

Arnaldo, con los ojos bañados en lágrimas, le contó a Herme su triste historia de cómo logró salvarse de la muerte, y de cómo no pudo salvar al resto de su familia y vecinos, del final cruel que les aguardó, sin proponérselo, sin esperárselo, sin intuirlo si quiera.

Por aquella época, Arnaldo y su familia vivían a las afueras de Cachipum, cerca del lago natural de YorksireOwn, en una casita de madera de dos plantas, con unas vistas excepcionales del lago y de la montaña de piedra. En ella vivía su primo, su tía Cloe (recientemente divorciada) y sus abuelos maternos. Su vida hasta esos momentos había transcurrido con total normalidad, sin nada que hiciera sospechar lo que les ocurriría meses más tarde…


(CONTINUARÁ…)


Shiny Happy PeopleR.E.M.

jueves, 4 de enero de 2007

AL CAFÈ

Blanc, fred, quiet per tot arreu,
ple d’engrunes, restes d’esmorzars;
ple de gotes, caigudes de tasses
i de mans poc acurades.
Llum tènue, reflectida
a dalt, al sostre, on el fum
de les cigarretes es confon
fent ombres i formes estranyes.
El soroll, metàl.lic, musical,
envaeix durant llargues estones
els moments de silenci.
I és al matí, quant el cap,
despert i descansat,
t’imagina a prop seu,
sabent, però, que ja etslluny del seu abast.


The Heart Asks Pleasure First -- Michael Nyman

miércoles, 3 de enero de 2007

LA ARDILLA OWEN Y EL MISTERIO DE LAS BELLOTAS


Hoy os contaré una historia que puede ser real o todo lo contrario y ser más ficticia que creer en la abolición de la esclavitud.


Había una vez una ardilla de nombre Owen (por ponerle uno ficticio al azar, el real sería delatar la verdadera identidad de la pobre ardilla humana). Se disponía a ir a la tradicional cena de Navidad que hacía la empresa por la que trabajaba y recolectaba bellotas en un lugar apartado del bosque, cerca de las montañas que daban al Este de la ciudad. El lugar era idílico, precioso, con unas vistas al valle que dejaban sin habla; Owen ya se lo había imaginado al ver las fotos del sitio que había recibido días antes en su PDA que le daba la empresa para que en sus ratos libres pudiera seguir trabajando para ellos. Había imaginado incluso como sería ver la puesta de sol por la tarde desde ese lugar elevado. Lloró con sólo imaginarse estar acompañado por una ardilla femenina mientras cogidos de la mano se decían secretos inconfesables a los oídos.

Owen despertó de golpe en el sueño en el coche de su amigo de ida al restaurante cuando incomprensiblemente el sistema GPS que habían adquirido a medias meses antes en un mercadillo turco del bosque había fallado pasando de largo del cruce correcto. Titubeos, confusión, nerviosismo, se apoderó de los acompañantes que iban con ellos en los asientos de atrás. Pero por fortuna, vieron de nuevo una señal en el camino y dando un volantazo digno de participar en el Rally París-Dakar, hizo un trombo con el coche, y después de unos pocos metros en contra dirección esquivando los coches que iban en sentido contrario a ellos, se pusieron en la ruta correcto y el GPS volvió a funcionar de nuevo.

Pocos minutos después Owen y el sequito del coche llegaron antes que los demás integrantes de la empresa al lugar escogido por la dirección de la misma para tal evento. Estaban todos y todas muy nerviosos, pero eso no impidió que realizaran un atracón de cafés, bollería y mini bocadillos que estaban encima de las mesas de entrada en un mini hall o como se le quisiera llamar.

Una vez saciado el apetito voraz de nuestros protagonistas, empezaron a llegar el resto de compañeros/as de la empresa, más nerviosos aún, pero con menos hambre. Habían llegado 40 min. después y con bastante más retraso en lo referente a la hora fijada por la dirección de Recursos Humanos de la empresa dónde era vilmente explotado Owen y sus amigos (no por nada Owen y sus amigos era de los muchos mileuristas que habitaban el bosque, y los ciudadanos del lugar podían dar gracias a Dios que fueran magníficas personas y que no cometieran atracos o robos a doquier para poder llegar a fin de mes; aunque Owen ya barajaba la posibilidad de vender su cuerpo para experimentos científicos de índole algo dudosa pero muy lucrativos).

Una vez estuvo todo el mundo desayunado, empezaron las actividades que les había preparado. En ese instante se apodero una sensación colectiva de vergüenza ajena en la sala, y a Owen (quizás por su pasión por el cine) se imagino dentro de una de esas películas de los años 60 dónde unos aviadores británicos eran capturados en plena II Guerra Mundial por los Japoneses y eran confinados en un campo de prisioneros sometidos a largas sesiones de gimnasia inútil cada mañana en el patio de ese lugar de flagelación humana…

(CONTINUARÁ…)

STAND BY ME (en directo)
Willy DeVille

martes, 2 de enero de 2007

EL RENACER DEL ALMA


Cada inicio de año solemos desear lo mismo. No nos damos cuenta, pero pedimos los mismos deseos un año tras otro, justificando con ilusiones lo mejor o peor que nos haya ido el anterior, sin recordar que ha habido de mucho mejores o incluso de infinitamente peores. No tenemos memoria, o al menos de vez en cuando parece que la tenemos de pez.

Empezamos el día 1, después de la resaca descomunal, a pensar y hacer el verdadero balance del año anterior, anotando el la libreta de la cabeza los deseos o acciones a realizar en el que estrenamos. Y sigo diciendo que pedimos lo mismo: mirar de comer menos, dejar de fumar, encontrar una pareja que nos respete y nos quiera de verdad, dinero o un mejor trabajo para conseguirlo, estudiar un idioma, volver a coger los libros que hemos ido poniendo en las estanterías, en ese olvido de las letras impresas, o bien deseamos poder cambiar de casa, o que encuentren una cura para nuestros males, y luego la salud. Siempre en última posición, como si la regalasen o viniera implícita en el mismo pack de los deseos.

Puede ser que ese sea el mayor error a tanta infelicidad. El desear todas estas cosas, sin reparar que quizás no nos damos cuenta que lo más importante es la salud, y que lo demás hay que ganárselo a pulso, con sudor, con esfuerzo, con ilusión, con tenacidad y constancia, pero con voluntad de conseguirlo, y no caer derrotados a la mínima de cambio. El viento siempre sopla, unas veces muy fuerte, otras con forma de huracán, y a menudo de modo imperceptible, pero siempre sopla, aunque sólo sea para trasportar de un lado a otro las voces de aquellas almas que han dejado de soñar, de ilusionarse, de creer en algo muy superior a todo, que no es más que uno/a mismo/a.

Nuestra verdadera esencia radica que conocernos muy bien nuestro interior, y el resto sólo es estar atento/a a las señales de la vida, a los trenes que se nos cruzan y que decidimos o dejar pasar o subirnos o bajarnos de él. Todo son elecciones, no hay nada cerrado, no hay nada seguro, es un riesgo que ha de asumirse al hacerse mayor. Y no todo el mundo lo consigue, hay personas que nunca se harán mayores, y los motivos de ello sólo reside en su interior; pero claro, la autocrítica duele a veces más que el tirón de orejas del exterior de aquellos que nos conocen.

No queremos ser sinceros con nuestro verdadero yo. Nos entristece si las cosas no parecen funcionar como pensábamos. Y la actitud que mantenemos es distinta ante la vida. En los pequeños detalles, en las pequeñas cosas que nos pasan está lo verdaderamente maravilloso de esta existencia. Nunca deberíamos dejar de ser niños, al menos, en como miramos al mundo, y poder volver a llorar mientras vemos una puesta de sol, y las nubes de color rojo anunciando lluvia o viento; o simplemente llorar mientras una noche sacamos la cabeza por la ventana y vemos esa Luna tan hermosa, tan llena de pureza pese a su distancia que no podemos evitar llorar por poder ser capaces de sentir eso, y no solamente ver un astro natural que sólo vemos de noche y de vez en cuando al alzar la cabeza.

Detalles, minucias, pequeños actos, pequeñas palabras, que llenan más que cualquier monumento enorme de hipocresía social erigido por algún arquitecto que no conoce nada de la vida, por ese sacerdote que no escucha ni comprende, por ese/a amigo/a que nos adula hasta que pillamos sus falsedades y sus mentiras.

Todo son detalles, que unidos los trozos forman la felicidad que algunos anhelan encontrar. Todo influye en hacernos sentir bien, y los deseos deberían ser precisamente eso deseos, nunca un objetivo final. Desear está bien, pero para materializarlo hemos de creer que lo conseguiremos, y cuando lo tengamos no olvidarlo en un cajón de la memoria perdido de la mano de algún Dios despreocupado o atareado en otros menesteres. Se han de cuidar, se han de regar con amor, se han de proteger del tiempo y del clima adverso, se han de amar de un modo incondicional.

Para este año, sólo he pedido, que la gente consiga aquello que le falta, que necesita de verdad y no lo que desea poseer. Y he pedido que les den fuerzas a estas personas para alcanzar su objetivo, y que puedan luchar en igualdad de condiciones para que su alma vuelva a renacer de las cenizas y del pozo que parecen haberse caído.


EXHALE -- BSO Waiting to Eaxhale