miércoles, 18 de enero de 2006

El Sueño de Owen

Owen, se despertó de repente de su siesta dos horas antes de lo habitual en él. Estaba empapado en un sudor frío, temblando, con lágrimas en los ojos. Y él nunca lloraba. Se puso sus zapatillas a rallas de estar por casa y se fue directo hacia la cocina para prepararse un buen estofado de pescado, poder despejarse un poco y pensar con claridad. Sin el estofado después de dormir no era nada, no podía reaccionar.
Una vez despierto del todo, y aseado, pensó con detenimiento lo que había soñado esa noche –un sueño que se le repetía de vez en cuando, cada cierto tiempo, aunque las últimas noches se repetían con mayor frecuencia y habían sido las peores--. Luego, sin motivo aparente, recordó un tema que le preocupaba desde hacía dos semanas y llegó a una conclusión bastante concisa a la vez que alarmante:

-- He de demandar al mecánico por haber intentado añadir al motor de mi viejo sidecar Twonsen una tostadora cromada – se dijo susurrando con una voz entrecortada pero llena de rabia--. Y por si fuera poco, encima tiene la desfachatez de excusarse con el pretexto de que se le habían acabado las bujías del almacén, y que traerlas a pie desde Artanus era económicamente muy costoso para su paloma mensajera.

De repente, se dio cuenta que estaba hablando solo, susurrándose a él mismo y aún no era ni media mañana, debía de reservarse, el día prometía ser duro. Se puso la ropa, unas botas negras con suela metálica, cogió las llaves de su viejo sidecar y salió hacia el trabajo.


Esa mañana antes de entrar a trabajar, Owen se fue hacía el taller mecánico, incapaz de contenerse, debía dejar el asunto zanjado de una vez por todas. Entró en el taller gritando desde la entrada, sin avisar, sin llamar y con el paso acelerado se dirigió directamente como si fuera un proyectil hacía el jefe del taller que estaba debajo de un autobús escolar arreglando una fuga de carburante en el cohete propulsor:


--¡¡¡ No me lo puedo creer!!! --chilló Owen-- he traído mi sidecar unas catorce veces a este taller, y nunca me había ocurrido nada similar. Esto es inaudito, una estafa a nivel estelar!!!, la mayor del universo conocido!!!.

-- Piense, mi querido amigo, que hemos hecho lo mejor para usted. Ahora podrá conducir mientras desayuna al mismo tiempo --respondió el jefe del taller con una sonrisa burlona en los labios--.

--¡¡¡ Y un cuerno!!!, ¿qué se piensa que soy un tipejo de esos que viene de la Tierra y no se entera de nada? --dijo sin coger apenas aire y casi ahogándose--. Pues menudo gilipollas es usted si cree esto.

--¡¡¡ No, por Urano!!!, ni mucho menos, piense usted que los terrícolas son más tontos aún. Mire, sin ir más lejos, la semana pasada, entró en el taller uno de esos humanos pidiéndome que le arreglase su anticuado MP3. Pues bien, no tuve más remedio que modificarlo un poco y le añadí un par de piezas más, nada del otro mundo, sólo un pequeño microondas portátil de decimoséptima generación, y una simple y barata estufa con un tubo de hidrocalor termonuclear de la marca Gates. Una auténtica ganga de esas que ya no se encuentran. Pues mire si fue desagradecido, que el tío me montó un espectáculo en medio de todo el mundo porqué seguía sin poder escuchar música en su MP3, en vez de reparar en el hecho de que ahora ya no pasaría frío y que no tendría que cocinar más en su vida. Son una pandilla de estúpidos estos humanos. Ahora me explico como ninguna raza en todo el universo a querido nunca colonizarlos; ni cuando se celebró ese concurso estelar emitido por la cadena de televisión por cable Esteroide TV: Extermine a un humano por 1.000 Krápacs, y eso que hoy en día mil krápacs es una suma de dinero a considerar, como para pensarse exterminar a 800 humanos de un tirón. Pues bien, ni así, con suculentos sobornos. Manda testículos de la constelación AX023Q, ¿no cree?...

Owen, cogió una llave fija del suelo, la levantó con furia y se lió a golpes con una rueda en medio del taller. El jefe se quedó mudo, atónito, sólo en pensar después de ver como había quedado la pobre rueda que quizás la hubiera emprendido con su cabeza, se tiró al suelo y le pidió disculpas, entre sollozos y una risa nerviosa, y le prometió que si le dejaba el sidecar el fin de semana, se lo devolvería correctamente arreglado el lunes por la mañana.
Owen aceptó las disculpas del jefe del taller, dio media vuelta, y se fue hacía su sidecar aparcado en la calle delante de la panadería con una sonrisa en la cara y satisfecho con él mismo.

* * * *

Owen, nació en la constelación de KRANAN a 42.338 años luz del sistema estelar de JARKIN, muy cerca de uno de los 500 agujeros negros explorados y utilizados como una forma alternativa de viajar por el espacio sin vomitar.
Owen era medio humano por parte de madre, y fue criado por una familia de androides Clon, debido al accidente que sufrieron sus padres biológicos en los pantanos del planeta SHIRLAKIN IV. En realidad fueron asesinados por los terribles Kabul, una raza de babosas intergalácticas muy agresivas y voraces.

Estos androides recogieron a Owen del suelo momentos antes de que los Kabul fueran a devorarlo vivo. Por suerte, los androides Clon eran unos magníficos exploradores y recolectores de minerales para la construcción de complejos sistemas de transmisión nanofisionuclear de datos, y esto en realidad fue lo que le salvó la vida. Su pericia, su capacidad de observación del detalle y su odio hacia cualquier insecto de más de 15 kilos, hacía de los androides Clon unos temibles adversarios.

En un pasado, no muy lejano, los Kabul intentaron aniquilar a todos los androides Clon del modelo T10054RSW de la serie Z10; modelo y número de serie de toda la familia de los padres adoptivos de Owen. Por eso ese odio ancestral hacía esas babosas intergalácticas.
Tampoco le tenían un especial aprecio a los kranianos, pero preferían salvar a uno de ellos que ver lo que hacían los kabul con sus víctimas.
Era una visión horrorosa por todo aquel que había tenido la desgracia de contemplarlo en directo. Nunca se olvidaba. La ceremonia Kabuliana –así la llamaba el pueblo kabul— consistía en introducir por los orificios nasales de la desvalida víctima unos pistachos de la luna de Anfisti, los cuales producen un efecto analgésico, parecido al Prozac terrestre obligando al condenado a disfrazarse de repartidor de pizzas y hablar en finlandés, para luego bailar viejas canciones kabulianas encima de su traquea; a continuación se les realiza un chequeo rutinario y un simple, aunque completo análisis de orina. En fin, una avalancha de dolor y sufrimiento. Ninguna de sus víctimas resistía más de dos noches así. Y aquellos afortunados que sobrevivían eran incapaces de volver a atarse los cordones de los zapatos sin tropezarse.

Owen nunca supo el auténtico y real desenlace de su familia hasta que cumplió los 135 años. No se emocionó ni lo más mínimo al saberlo, ni tampoco lloró. Él nunca lloraba. Su frialdad frente a los sentimientos típicamente humanos le habían parecido siempre una enorme pérdida de tiempo irreparable, hasta el punto que aprendió a controlarlos, y más aún después de lo que le había sucedido hacía ya 85 años, cuando se enamoró de un holograma de su prima segunda por parte de madre. Este incidente le costó bastantes lunas superarlo, y se cree que nunca lo remontó del todo.

Su padre era natural de Megachupa, una ciudad comercial enorme en extensión y en riqueza perteneciente al planeta Omnesia. Por lo que siempre le contaba su padre, el bisabuelo de Owen, de nombre Mhi Jon, había sido un famoso trompetista de Sasha (estilo musical parecido a nuestro jazz). Le faltaba un de los tres brazos que su raza poseía, pero nunca impidió que con su música deslumbrara a todas las criaturas del sexo opuesto, incluso a las larvas de Fuelt (unas criaturas conocidas por ser tremendamente antipáticas y estúpidas). Por lo visto fue uno de los grandes músicos de su constelación; incluso llegó a conocer personalmente al gran Miggi Khan, famoso actor estelar especializado en comedias terrestres.
Una vez, el bisabuelo de Owen interpretó un papel protagonista en la serie “Un humano en mi café”, dónde Khan era el dueño que regentaba una taberna de paso entre las rutas 365 y la 82, más conocida como la ruta del mineral de espagma de titanio líquido y los famosos asteroides de Atreides (famosos después de un libro basado en una leyenda real de Herbert …).

En esta serie, el bisabuelo de Owen era un humano disfrazado de liliputiense que huía de otros humanos y a la vez de los terribles asesinos Quebrant, con la firme intención de no ser nunca localizado, ya que el muy imbécil había robado un maletín lleno de folletos de publicidad engañosa. En su loca huida y búsqueda de la libertad entraba en un café regentado por un simpático abuelete (papel interpretado de manera magistral por Khan), al cual le gustaban las polkas y los derivados del azufre, para quedarse a trabajar finalmente de cabaretera.
Se trataba de una serie de un humor muy fino, incluso me atrevería a decir que bastante inglés. Estuvo 39 temporadas en antena; todo un éxito de público y de crítica, cosechando un montón de premios.

Al bisabuelo de Owen dejó de atraerle el maravilloso mundo de la televisión, principalmente por que siempre lo llamaban para interpretar papeles de humanos desgraciados, inútiles y que acababan mal –recordemos que le faltaba un brazo de los tres y que tenía, muy a pesar suyo, un increíble acento alemán, lo cual le hacía idóneo para este tipo de papeles--. Entonces fue cuando reapareció en el panorama musical y encumbró temas, que aún hoy, se recuerdan como grandes clásicos del Sasha: Potatos Blues, The Kabul’s March, y el duradero Ich dai brügger neiflasterh der Igor Ivanovich Popov (traducido como Aquel dulce instigador anarquista Igor Ivanocich).