martes, 20 de noviembre de 2007

LA CIUDAD DE LA ESPERANZA


Rudyard Kipling dijo: Si en la vida el destino te derriba; si todo en tu camino es cuesta arriba, si tu sonrisa es ansia insatisfecha, si hay faena excesiva y vil cosecha, Si a tu caudal se contraponen diques, date una tregua, pero nunca claudiques.


Tomar un café en un viejo bar que tenga cristales, sentarse cerca para mirar a través de él, detener nuestra mirada hacia la calle, es contemplar ese trocito de humanidad que arrastra historias, problemas, desengaños, y esperanzas en sus espaldas. Ese café nos sirve, sin tener que bajar la mirada hacia nuestro reloj, comprender que el tiempo puede en ocasiones detenerse atrapado contigo.

No importa la zona de la ciudad, nunca verás el mismo perfil de personas, es el calidoscopio de la variedad, la mezcla de anécdotas, el ruido del sonido de los corazones que sufren sin haberlo merecido. Para un observador, ese café significa sentirse con la necesidad de hacer alguna cosa más, de devolver alguna sonrisa que de vez en cuando ha tenido, cruzar unas palabras con alguna persona que lo ha necesitado, sentirse vivo sin necesitar más compañía que la ofrecida en ese instante por la cucharilla y el sobre de azúcar de ese licor negro que sorbemos en pequeñas dosis de realidad.

Cualquier ciudad encierra las mismas paradojas que podemos encontrar si analizamos nuestro sistema democrático y capitalista de consumismo desaforado que nos brinda la sociedad del bienestar, y que tanto se encargan de repetirnos esos políticos tan alejados de la tierra. Vemos sus flaquezas, sus desigualdades, y a veces, incluso vislumbramos sus virtudes. Ofrece las mismas promesas que se dicen a los oídos los amantes en la cama, pero al igual que ocurre en los dos casos, al levantarnos olvidamos cumplirlas, pero tampoco nunca reclamamos su cumplimiento, que lo dicho se nos sea concedido. Susurramos repetidas palabras de amor, cual secreto escondido en un mapa, que hemos perfeccionado con los años aunque siempre sean las mismas palabras, en lugar de gritarlas, de demostrarlas, de hacerlas merecedoras de respeto. Besamos labios sin sentirlo por completo, sin implicarnos de verdad, obedeciendo a una inercia que nos empuja una gravedad interna que nos dirige hacia los lados, rozando los extremos sin quererlo, y se convierten entonces en besos estériles sin significado.

Pero soñamos, mientras sorbemos el café para no quemarnos, soñamos en nuestra propia ciudad onírica y perfecta, dónde la utopía fabrica y construye los edificios que albergaran esas almas que han de habitar nuestro nuevo mundo. Los rescatamos de entre los transeúntes que pasan por delante del cristal del bar, al igual que un policía de aduanas, inspeccionando su interior mientras pasan por esa cinta que les mueve en su día a día, transportando de un lugar a otro sus lágrimas y sus risas, implorando poder vivir en paz.

Tanta ciudad y tan poco por hacer cantaba Ismael Serrano. No podemos ir a cenar cada dos días a un restaurante, ni podemos ir al teatro cada fin de semana, ni al cine tres veces, ni asistir a las exposiciones de pago, ni a toda la oferta cultural que se nos ofrece como habitantes de la ciudad. Demasiadas cosas por hacer y tan poco dinero para gastar dirán algunos. Alimentamos nuestro propio cementerio vital, y damos de beber al consumismo desaforado el mejor de nuestros vinos, cual vampiro que nos desangra sin matarnos del todo, para que nuestro cuerpo regenere su líquido tan preciado y por el que mata si es necesario.

Esperamos que llueva, para ver si la caída del agua pura desde tan alto consigue llevarse esa energía sucia que todo lo impregna, y conseguir arrastrar por la alcantarilla la incompetencia de los políticos para que sean engullidos por la tripas de la ciudad. Pero eso sólo puede ocurrir de momento en nuestro mundo inventado, que aunque siempre luce el sol, llueve cuando ha de hacerlo, para refrescar el aire con el equilibrio que brinda la naturaleza.

Acabamos el café, pagamos agradecidos su precio, salimos a la calle y nos mezclamos con sus habitantes, arrastrando a nuestras espaldas nuestra historia personal, deseando poder parar de nuevo para soñar en nuestro mundo perfecto, con la esperanza de poder construirlo antes que desaparezca y falte el oxígeno del inconformismo social, que la sangre de la desobediencia inconstitucional deje de circular por nuestras venas, antes que nuestras voces sean silenciadas por un par de monedas de oro procedentes de un tesoro robado y arrancado con voracidad a nuestros habitantes. Pero nuestro mundo resistirá sus ataques, y sobrevivirá a pesar de las torturas infligidas con desprecio por los dirigentes de un mundo mandado por gente gris, sin cabeza, sin corazón, que miente por un trozo de calor, un calor que sólo la adulación les apacigua. Pero llegará el día en que un café, podrá cambiar el rumbo de un loco planeta.


Km. O -- Ismael Serrano