martes, 21 de febrero de 2006

CUANDO LOS ÁNGELES LLORAN

(En memoria a mi Padre)



Suena el teléfono de mi mesita de noche. Alzo el brazo pensando que es el despertador, pero sigue sonando. Descuelgo y oigo la voz de mi hermana al otro lado del auricular. Está llorando, desconsolada, temblorosa; entre balbuceos y sollozos, consigue por fin decirme el motivo de su llamada, y en ese instante todo queda claro: mi Padre ha fallecido de madrugada. Consigo que me escuche y le pregunto cómo ha sido. Me responde que aún yace su cuerpo tendido en el frío suelo de su casa, entre el pasillo y el cuarto de baño. Cuelgo no sin antes preguntar como están los demás. Le digo que no se preocupe que cojo un tren y de seguida estoy en Badalona.

Me visto deprisa, corriendo, nervioso…, pero mientras lo estoy haciendo decido frenarme; he de mantenerme entero, con la cabeza fría, sobreponerme y pensar con claridad que papel he de adoptar. Es sencillo, sólo hay dos posibles: derrumbarme o mantenerme sereno. Me preparo un café. Necesito unos minutos para decidirlo; y escojo la opción del hermano mayor. Es cuestión de tiempo, me digo, ya podré llorarle en otro momento, pero pienso que siempre ha de existir alguien en este tipo de situaciones que esté despierto, en constante alerta, con la cabeza despejada para vigilar todo lo que ocurre a su alrededor y que no suceda nada más de momento, excepto aquello que ya no se puede evitar.

Son las 08:30h am. de un día gris, con el cielo repleto de nubes oscuras, amenazando en dejar caer la lluvia en cualquier momento, sin avisar, cómo la vida misma, con el consuelo que todo ciclo vital vuelve a autoalimentarse, y aunque a veces no lo veamos así, el sol sale cada mañana para darnos los buenos días y con suerte hacernos dar cuenta que todo aquello que ilumina vale la pena proteger y salvaguardar.

Es un domingo de Febrero como cualquier otro, al menos eso deben de pensar las personas que tengo al lado en el andén de Barberá del Vallés, ajenos por completo de lo que me ocurre, sin poder escuchar lo que mi cabeza está pensando.

De todos modos, creo firmemente que cada uno de nosotros es libre de escoger como quiere sufrir el dolor, como quiere vivir esa experiencia y como quiere recordar y ser recordado. NO es algo que se pueda juzgar por los demás, aunque se piense lo contrario.

He cogido el tren dónde vivo actualmente, lejos de dónde nací, así lo he querido y la verdad es que no me arrepiento de nada, aunque el hecho de permanecer lejos de mi hija de 5 años, hace que los días que separan el momento en que entre un fin de semana y el otro pueda volver a abrazarla, ya es motivo suficiente para resistir y dejar que el reloj corra a mi favor.
Me gusta llamarla a diario para oír su voz y decirle 50 veces que la quiero con locura, y escuchar como me dice que me quiere hasta el cielo y da 5.000 vueltas, mientras me lanza un beso para que lo atrape y así guardarlo en mi corazón.

Es ella quién mejor definió la situación de ayer y de hoy. Dijo no hace mucho, que cada estrella del cielo era una persona buena, pero que no nos preocupáramos por si faltaba espacio, ya que en el cielo habían dos pisos, dos plantas para que pudieran caber toda la gente del mundo que quisiera ser buena.
Sonreí ayer mientras me lo contaban, y me hizo recordar algunas cosas de mi Padre. No suelo mirar el pasado, aunque de vez en cuando alguna situación, alguna frase, por insignificante que parezca me haga recordar la lección sobre la vida que aprendí en ese momento. El resto es solamente pasado, y el pasado a veces debe dejarse tranquilo y que descanse en paz como lo que es: PASADO.

De camino hacía su casa he pensado mucho en él, en su orgullo desmesurado, en su tozudez, es su no saber escuchar y querer tener siempre la razón, y nadie posee esa verdad absoluta sobre las cosas. Pero también pensaba, en su forma de querer ayudar, en su deseo que todo cambiase y que la gente fuera por fin feliz, en estar siempre ahí cuando se le llamaba, en no saber decir un NO.

Nunca hemos tenido nada en común, tampoco era un secreto, y nada nos unía. Éramos dos extraños conviviendo durante unos años en el mismo techo. Quizás nos faltó tiempo para conocernos, quizás no me escuchó nunca, y quizás ahora tenga ese tiempo para hacerlo allá dónde se encuentre ahora. Se que volveré a verlo y nos pediremos disculpas por aquello que nunca nos dijimos, aquellas palabras que nunca nos escuchamos decir, aquellas sonrisas que disfrutamos por separado, aquellos momentos que nunca compartimos…
También espero que no se haya llevado consigo ese orgullo inútil, que no lleva a nada, que no merece ser defendido y que por fin lo haya dejado en su cuerpo, en esa prisión del alma.
También deseo que pueda navegar por esos océanos de tiempo y encontrar el mar de la tranquilidad que tanto anhelaba y pueda disfrutar del descanso que buscaba después de tantos años de sueños rotos.

Me fui de casa , muy joven, harto, asqueado, con un profundo resentimiento en el corazón, y le culpe a él por su indiferencia al afrontar las cosas, al haberme quitado mi infancia y sacrificado mi adolescencia, y por eso encontré mentiras, incomprensión, falta de apoyo, indiferencia, pero hace años que lo perdoné por ello aunque no lo supiera; espero que ahora se haya podido perdonar a él mismo y pueda entender al igual que yo en la paz de la vida interior, de esa vida que se nos ha regalado como un tesoro celosamente guardado, esperando ser descubierto por nuestro propio yo. Y espero que sepa que siempre nos faltó ese abrazo sincero de quién perdona y es perdonado.

Nos volveremos a ver Papá, no lo dudes, entre el primer y el segundo piso del cielo para brillar los dos y llenar el firmamento de cosas buenas para que guie e ilumine un mundo que parece a veces estar perdido.
Brilla con fuerza Papá para que cuando alce la mirada por la noche al cielo pueda decirle a tu nieta Aran cual de todas las estrellas es su abuelo.

Cuidate Antonio, para que siempre que llueva, sepamos aquellos que te hemos conocido que una gota es tuya, la lágrima de un ángel que llora.

Hasta pronto Papá