John Lennon dijo: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras tú te empeñas en hacer otros planes”.
Nunca me lo había planteado de este modo, y quizás incluso sea cierto. Puede que nunca nos detengamos lo suficiente como para ver con cierta perspectiva que nos va sucediendo y que es lo que hemos dejado atrás. En que hemos influido y que tipo de huella nos ha ido dejando esos momentos que hemos vivido. Pero no es un ejercicio sencillo, y encima nunca lo practicamos a menudo. Hay un motivo para ello, aunque no lo reconozcamos, y es que hacemos las reglas para los demás y las excepciones para nosotros mismos. Y eso no es nada bueno, porque nos aleja del objetivo de hacer de nuestro día a día un lugar soportable y podamos compartir con alguien aquello que nos ha ocurrido a diario.
Pero queremos controlarlo todo, atar esos cabos sueltos que creemos poder detectar, antes de ocurrir nada que nos rompa los esquemas que nos hemos fijado. Procuramos remendar, cual zapatero de barrio, aquellos desagravios que hayamos inflingido a esos seres que nos rodean, que forman nuestro microcosmos particular de esa existencia que tenemos pero que deseamos cambiar a mejor. Y a veces desfallecemos en ese arduo intento, y no nos cansamos de pedir perdón o realizar actos de redención desmesurados para apelar al corazón bondadoso de quién hemos ultrajado o humillado de algún modo, por muy leve que nos haya parecido.
Pero seguimos sin hacer lo más importante para poder conseguir lo que nos proponemos: que es perdonarse a uno/a mismo/a. Nunca nos pedimos perdón a nosotros mismos, y decimos que errar es humano, pero nosotros nunca erramos, o al menos eso queremos creer; y somos los primeros que nos inflingimos el peor de los daños posibles, el peor de los maltratos a nuestra alma inventados, hasta que esta cede ante la tiranía que le practicamos cual sibarita de la tortura, y entramos en estados de apatía, de depresión, de tantas cosas que evitamos ser felices cómo en realidad nos merecemos. Quizás nos autocensuramos demasiado o tenemos miedo de ser nosotros mismos.
A menudo nos cuesta distinguir si lo que nos ocurre forma parte del pasado, o es el presente que se repite sin dejar el paso natural al futuro, y un déjà vu constante lo invade todo para no dejarnos evolucionar hacia otro estado de nuestro conocimiento interno.
¿Cuándo se es consciente de que aquella persona que amamos nos llevará a la locura?, ¿Cuándo podemos echarnos atrás sin tener esa sensación de haber desperdiciado unos años de nuestra vida?, ¿Cuándo merece ser defendido aquello por lo que no creemos y nos tambalea nuestros principios?, ¿Cuántas lágrimas has de dejar caer para apaciguar ese dolor que te consume el corazón?, ¿Cuánta felicidad ajena has de presenciar para que te den sólo un poco de la que te pertenece?. Escoges un trozo de cielo al azar por la noche, y cuentas las estrellas, te imaginas lejos, en el universo, envuelto en ese silencio que tanto buscamos, para poder pensar y encontrar una solución a los problemas que acechan a tus células cual cáncer que ya ha metastizado de un modo agresivo y terminal, y cómo ese ataque al corazón que no te avisa y no te permite despedirte de los seres que quieres; pero te das cuenta que no quieres volver al pozo del que saliste y vuelves de tu viaje hacia el infinito para pisar tierra firme de nuevo, y entonces empiezas a ver a las personas que te cruzas por la calle o que hablas de un modo distinto. Quizás sólo necesitabas ese momento de la soledad con su silencio para ver las cosas del modo que en realidad son.
NJOSNAVELIN -- Sigur Ros
Hoy os pongo la actuación en directo de este grupo tocando precisamente esta canción, para que os volváis a leer el artículo de hoy mientras suena la música, veréis el cambio. Deciros que es de mis grupos preferidos (los escucho cada día xDxD), y la juventud de estos Islandeses hace que se intuya una dilatada carrera musical, o al menos eso espero yo.