A veces pequeñas situaciones por las que no les damos importancia alguna desencadenan acciones que no podemos controlar, que se nos escapan de las manos, que no sabemos o no podemos detener su avance hacia el desastre; y entonces nos encontramos impotentes sin poder otorgarles una solución que nos permita dormir por las noches.
A veces cuando nos hacemos mayores perdemos muchos recuerdos, o quizás es que queremos olvidarlos y no dejamos que se graben en el baúl de nuestra memoria. Pero siempre hay algo que nos detiene el tiempo, que no nos deja avanzar, que nos tiene anclados en el pasado, aunque desde ese pasado no es posible detener el avance del futuro, nunca se conseguirá vencerlo. Y eso nunca debemos de olvidarlo, para que nuestro presente consiga disfrutar de su avance hasta que él llegue, y el futuro sea escrito por nosotros mismos con nuestro día a día, nuestras acciones, nuestra huella dejada en los corazones de quienes nos rodean.
A veces, entramos en estados depresivos provocados por nuestros miedos, por nuestra falta de madurez, por esa necesidad de no permitir dejar ir aquello que ya no tenemos, de no querer olvidar aquello que ha ocupado una parcela de nuestro tiempo, o se ha instalado en algún rincón de nuestra casa y nos resistimos a tirar a la basura por un apego difícil de describir.
A veces preguntamos a nuestras amistades si estamos obrando bien, pero nunca les contamos la verdad de nuestros sentimientos por miedo a que piensen aquello que no es, o quizás por ese miedo que tenemos a oír las verdades. No les lloramos con tranquilidad por alguna nimiedad, por pequeña que nos parezca y en ocasiones muy concretas, pero nunca cuando nuestro corazón nos lo pide, y lloramos en soledad, ahogados en una almohada esperando que los vecinos no escuchen el ruido de las lágrimas cayendo al frío suelo, hasta que los ojos no pueden soportar el dolor de verse enrojecidos, y la respiración empieza a ser sospechosamente entrecortada.
A veces, de pequeños nos enseñan sólo a reír. Esa protección que nos regalan nuestros padres para protegernos del exterior, pero por desgracia no suelen enseñarnos a llorar con total normalidad, sin pensar que es algo malo que ha de ser ocultado a cualquier precio. Y eso no es bueno para nuestra alma, ya que el poder llorar cuando nos apetezca sin miedo a ser juzgados, sin miedo al que pensaran, sin miedo a entristecer a quienes nos rodean por el hecho de vernos de este modo, envuelve nuestro microcosmos personal en un lugar de tinieblas y monstruos al acecho para hacer sus fechorías.
Pero no sólo a veces ha de llorarse, deberíamos hacerlo más a menudo, nos purifica y nos hace mejores personas, nos mantiene serenos, equilibrados, aunque no lo veamos ahora de este modo, y creamos que eso nos hace vulnerables; pero al igual que todo en esta vida, se ha de aprender a llorar, y sobretodo saber el momento exacto en el que ha de hacerse para ver que el sol se levanta para darte siempre los buenos días y hacer que ese instante valga la pena ser recordado.
Deja que sol te acompañe para siempre, y sé feliz aunque hayas de soltar alguna lágrima, no te preocupes, cuando los ángeles lloran, lloverá.
Y ESTABA CONTENTÍSIMO -- Tiziano Ferro