Demasiado rápido. Sin avisar. Cuatro enormes relámpagos, esos gritos furiosos del cielo, han bastado para anunciar la inminente caída furtiva de gotas de agua apretadas, empujándose, para conseguir llegar lo antes posible al frío suelo de la noche cerrada. No ha seguido esa pauta de la tranquilidad, y se ha pasado horas, la noche entera, lloviendo con furia, con rabia contenida por esos meses de calor y de sequía.
Algunos pantanos agradecerán estas lluvias, pero les queda un largo trecho antes no estén rebosantes de ese líquido que tanto define nuestro planeta azul, pero que tanto cuesta conseguirlo y retenerlo.
Por la noche se suelen suceder mejor los pensamientos, o al menos se convierten en algo más nítido, y como los piratas en gloriosas épocas pasadas, llegan al abordaje del pasado, para recoger su preciado botín, ese tesoro oculto por nuestro subconsciente, en ese pasado que tanto nos cuesta dejar atrás.
No sirve para nada ese pasado, sólo en la medida que podemos sacarle una lección. Lo importante es el presente, a veces incluso nos podemos permitir el lujo de pensar en el futuro próximo, y sentirnos afortunados por el camino que hemos recorrido. Esa suerte que pensamos con ferrea convicción que no tenemos o simplemente que nos abandona en los momentos más decisivos e importantes. ¿No será qué somos nosotros quienes le fallamos a ella? ¿Quienes no creemos en nuestra propia suerte?. Seguramente sea eso, convirtiéndonos en descreídos, sin darnos cuenta lo afortunados que somos en realidad. Al menos seguimos vivos con la esperanza de un mañana, de un aprovechar esa suerte que seguro tenemos, y que sólo hay que creer en ella, buscarla, llamarla por su nombre, y ella siempre acudirá en nuestro auxilio. Una actitud de pesimismo existencial sólo hace que alejarla más y más de nosotros. A la suerte le gusta que creen en ella.
Hay personas que se apenan de no tener ni suerte, ni azar. Azar. Palabra mal entendida y no carente de un significado muy alejado de la realidad. Azar es sencillamente una expresión del caos absoluto, el azar no existe, no se puede medir, es una teoría difícil de justificar y calcular. Es la suerte lo único que podemos valorar, y si repasamos nuestra vida, en el único momento que se nos es permitido viajar es en ese barco pirata, rodeados de bucaneros, con gente maltrecha y patas de palo, oliendo a Ron, navegando por el mar interior, hasta que podemos ver esa isla, esa costa que es nuestra existencia, y entonces podremos ver lo realmente afortunados que hemos sido, evitando ese accidente que por un centímetro no cercenó nuestro cuerpo. Y tantas, tantas cosas que seguro nuestra concepción de suerte se modifica sin evitarlo, y nuestra vida dará un cambio radical. La suerte llama a la suerte. El pesimismo y autocompadecerse es una pérdida de tiempo irreparable, inutil, esteril y carente de sentido alguno.
Mañana os hablaré del corazón, y de aquello que le atañe, aunque personalmente piense que el corazón sólo bombea sangre, y lo que nos creemos que hace lo realiza en realidad el alma, nuestro espíritu. De momento que vuestro corazón siga haciendo la función que le ha sido encomendada, aunque solamente sea para transportar la sangre por nuestro cuerpo.
Por la noche se suelen suceder mejor los pensamientos, o al menos se convierten en algo más nítido, y como los piratas en gloriosas épocas pasadas, llegan al abordaje del pasado, para recoger su preciado botín, ese tesoro oculto por nuestro subconsciente, en ese pasado que tanto nos cuesta dejar atrás.
No sirve para nada ese pasado, sólo en la medida que podemos sacarle una lección. Lo importante es el presente, a veces incluso nos podemos permitir el lujo de pensar en el futuro próximo, y sentirnos afortunados por el camino que hemos recorrido. Esa suerte que pensamos con ferrea convicción que no tenemos o simplemente que nos abandona en los momentos más decisivos e importantes. ¿No será qué somos nosotros quienes le fallamos a ella? ¿Quienes no creemos en nuestra propia suerte?. Seguramente sea eso, convirtiéndonos en descreídos, sin darnos cuenta lo afortunados que somos en realidad. Al menos seguimos vivos con la esperanza de un mañana, de un aprovechar esa suerte que seguro tenemos, y que sólo hay que creer en ella, buscarla, llamarla por su nombre, y ella siempre acudirá en nuestro auxilio. Una actitud de pesimismo existencial sólo hace que alejarla más y más de nosotros. A la suerte le gusta que creen en ella.
Hay personas que se apenan de no tener ni suerte, ni azar. Azar. Palabra mal entendida y no carente de un significado muy alejado de la realidad. Azar es sencillamente una expresión del caos absoluto, el azar no existe, no se puede medir, es una teoría difícil de justificar y calcular. Es la suerte lo único que podemos valorar, y si repasamos nuestra vida, en el único momento que se nos es permitido viajar es en ese barco pirata, rodeados de bucaneros, con gente maltrecha y patas de palo, oliendo a Ron, navegando por el mar interior, hasta que podemos ver esa isla, esa costa que es nuestra existencia, y entonces podremos ver lo realmente afortunados que hemos sido, evitando ese accidente que por un centímetro no cercenó nuestro cuerpo. Y tantas, tantas cosas que seguro nuestra concepción de suerte se modifica sin evitarlo, y nuestra vida dará un cambio radical. La suerte llama a la suerte. El pesimismo y autocompadecerse es una pérdida de tiempo irreparable, inutil, esteril y carente de sentido alguno.
Mañana os hablaré del corazón, y de aquello que le atañe, aunque personalmente piense que el corazón sólo bombea sangre, y lo que nos creemos que hace lo realiza en realidad el alma, nuestro espíritu. De momento que vuestro corazón siga haciendo la función que le ha sido encomendada, aunque solamente sea para transportar la sangre por nuestro cuerpo.
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