Owen volvía a estar soñando. Rellenando servilletas para terminar su cuento que escribía de un modo frenético, queriendo aprovechar ese momento de inspiración, ese momento en que la musa había aparecido para no soltarlo. Se encontraba enfrascado en sus pensamientos cuanto oyó la voz de un compañero que le decía que dejará de mirar al techo que les habían llamado para ir a comer. Owen cerró la mandíbula pensándose que aún estaba cantando, y suspiró profundamente aliviado. Demasiado tiempo haciendo playback pensó.
Subieron a la segunda planta de esa Masía rústica alquilada entera para la ocasión pensando que podrían sentarse para comer, pero en cambio se encontraron de pie, con unas mesas llenas de copas y cubiertos, vacías de cualquier comida y con trece sillas a repartir entre 80 animales del bosque hambrientos, cansados y con los pies hinchados de tanto permanecer de pie.
-- Cuando terminará la canción –comentó Owen a la amiga que tenía al lado-.
-- ¿Cómo? –respondió ella asombrada y sin entender que le decían.
-- Sí mujer, cuando acabe la música de fondo podremos sentarnos a la silla que tengamos cerca y los que queden de pie serán eliminados.
-- Pero Owen –dijo con una voz dulce, cómo si le hablase a un bebé-, es que no suena nada, y las actividades han acabado hasta que comamos.
-- Ahh! –exclamó Owen perplejo-. ¿Pero entonces esto es la comida?, ¿y los platos?, no veo nada.
-- Mira!! –señalando hacía el fondo de la sala mientras aparecían unos camareros con bandejas en las manos-, ves, ardilla de poca fe, ya llega la comida.
-- Pero es que son tapas –exclamó Owen desorientado y más perplejo aún-. Y la comida decente. No la veo. Eso lo hacen en el bar de al lado del trabajo, cerca de nuestro famoso árbol centenario. No lo entiendo. Y fíjate, los animalillos están al acecho de los camareros y a este paso no nos llegará nada.
Efectivamente, los animales del bosque y compañeros/as de trabajo de Owen, se abalanzaron encima de las bandejas de comida que llevaban los camareros a duras penas y firmes, evitando que en muchas ocasiones se cayeran al suelo ante el apetito voraz y depredador de los comensales, mostrando estos últimos una perfecta educación británica y un protocolo digno de una recepción oficial de jefes de Estado. Un espectáculo lamentable, pensó Owen. Parece que no hayan comido en la vida –murmuró en voz baja, casi inaudible-. La situación llegó hasta tal extremo que los animales empezaron a hacer cola, apretados, dándose codazos, y mordiendo las orejas a los de al lado a lo Mike Tyson, y situados delante de la puerta giratoria de la cocina evitando así que los platos llegasen a los cuatro metros de su posición original, por lo que las mesas y los animales que se encontraban situados al final de la sala de ese fabuloso festín no probaron apenas el manjar que otros se zampaban sin miramientos. Así se atraganten algunos y cojan diarrea –pensó Owen en un ataque de rabia justificada-.
-- ¿No comes nada Owen? – le preguntó un amigo de las oficinas que tenía la empresa en otro bosque muy lejos de la comarca de nuestro protagonista-.
-- Ya he desayunado mucho, gracias por preguntar – contestó Owen-.
-- Tranquilo, a mi me pasa lo mismo, pero ya me he dado cuenta que es porque no nos llega comida, y yo la verdad es que paso de morder orejas por un pincho de tortilla de patata, aunque sea de las que saque los ojos de lo rica que está.
-- En fin amigo –dijo Owen en un tono de resignación-, es lo que hay, así que mejor será bajar para abajo y hacer el café tranquilo sin ese ruido desagradable de las bocas abiertas masticando comida, o malas caras por acercarte a otra mesa en busca de un mendrugo de pan.
Owen se bajó con un par de amigos para hacer el café y charlar un poco, criticar a alguien y relajarse con una buena compañía. En poco rato empezó a bajar la jauría de zopencos que compartían espacio natural en el bosque con Owen para tomar el café. Los decibelios de la sala volvieron a subir de un modo exponencial a medida que ya tenían el café servido. Y los animadores de la empresa contratada para la ocasión, usaron esos silbatos a lo Clint Eastwood en El Sargento de Hierro para anunciar que la hora de la comida había finalizado y que debían ponerse manos a la obra para grabar el temazo musical que habían estado practicando toda la mañana. Un ejercicio que servía, a parte de acabar con las plantas de las pezuñas destrozadas, la garganta echa polvo y las articulaciones inservibles al menos por un par de días, para inculcar el espíritu del trabajo en equipo, del sacrificio, y la muerte del orgullo o la profesionalidad en alas a la excelencia comercial y económica de la empresa.
Pero Owen no estaba para comerse la cabeza en discursos políticos que no entendería casi nadie, por lo que decidió dejar sus neuronas descansar un rato y camuflarse entre la multitud de sonrisas y jolgorio que emanaba de la sala de grabación improvisada. Lejos estaba Owen de imaginarse como estaría su cabeza después de una hora para grabar un tema que no podía sonar tan mal, y que suponía un claro atentado terrorista al mundo de la música ya consolidado y con una calidad que se alejaba mucho de lo que sonaba en esos instantes. Manos a la obra. Animales provistos de sus cuerdas vocales, y otros de instrumentos de percusión. Unas señales con las manos de los improvisados profesores de conservatorio y los cimientos del edificio sufriendo las ondas de ese intento de tema musical, con una letra de la canción que haría palidecer a cualquier escritor del planeta.
Una hora y pico después, arropados por los aplausos de los asistentes a este festival musical, y con el ánimo eufórico del que graba su primer álbum. Se bajaron entre los cantos del estribillo (pegadizo dónde los haya, y nada envidiable a un King Africa de sus mejores tiempos), hacía el exterior de la Masía, para fumar unos cigarillos unos y ver la puesta de sol otros. Esa imagen era preciosa. Animales, que a pesar de sus ropajes naturales titiritaban de frío mientras en sus labios sostenían un cigarrillo humeante, y otros apoyados en una barandilla mirando como el Sol se escondía detrás de las montañas a lo lejos, como si fuera la única vez que hubieran visto esa imagen bucólica en el bosque, comentando que tal les había parecido de momento el día de esta cena de Navidad extremadamente larga y que aún quedaba lo mejor para el final.
En ese instante Owen, se dió cuenta que algo estaba pasando, que algún tipo de misterio flotaba en el aire. Era un presentimiento, una intuición, algo que había aprendido mientras había trabajado para el servicio secreto del bosque durante unos años, como agente de campo de la ANSB (Agencia Nacional de Seguridad del Bosque), pero que dejó por un stress y una presión sentimental ejercida por su pareja en esos momentos, y Owen era muy enamoradizo y fiel, y sacrificó una prometedora carrera profesional por el amor de una ardilla muy femenina pero que acabó siendo más bruja que cualquier enemigo con el que se hubiera topado. Se olía que algo se estaba preparando, por lo que a partir de ese instante se puso a observar con detenimiento su entorno para descubrir que estaba pasando o que ocurriría en breve.
De repente, Owen, escuchó una conversación que le erizó los pelos de ardilla y no podía salir de su asombro…..
(CONTINUARÁ…)
Goldeneye – Tina Turner
1 comentario:
No nos hagas esto por dios!! aaaaaaaaaaahh!! ¿que viene ahora? espero que no aparezcan cabras asesinas... :)
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