miércoles, 15 de noviembre de 2006

EL CIELO QUE SE OSCURECE

La noche se acerca. Antes que empiece a desaparecer el sol detrás de cualquier montaña. En eso no hay mentiras, no hay engaños, no hay dobles intenciones, ni tampoco un mensaje subliminal oculto entre los artículos o proposiciones de unas frases escogidas al vuelo entre un párrafo en concreto.

En esa oscuridad relativa se puede dilucidar el instante perfecto para ver la silueta de quienes mienten. Ver el rostro de quién nos traicionará, o si tenemos buena fortuna, ver aparecer quién nos salvará del caos más absoluto a la que está avocada nuestra alma. La soledad es un plato difícil de digerir, que no pedimos nunca en el restaurante de la vida, y dónde abundan tantos platos exóticos. Tenemos el firme convencimiento, erróneo la mayoría de veces, que si ese sitio está bien iluminado o es de día, veremos mejor el plato que se nos presenta, y podremos ver si dentro hay un pelo, un insecto o sencillamente está demasiado curdo o demasiado hecho. No es cierto, nuestro cerebro filtra lo que vemos, dando el sentido que queramos, justificando que si está muy crudo es igual porque tiene buena pinta, o porque la comida exótica no se le han de hacer ascos.

Con las personas ocurre lo mismo, a veces, incluso a menudo si no andamos con extremo cuidado, se nos presentan de un modo, para luego mientras te dispones a probar el primer trozo te das cuenta que eso no te lo vas a comer ni que pasases verdadera hambre, y te intentas justificar diciendo que en ese momento has comido con la vista, y que la gula ha podido contigo; que no pasa nada que es bueno probar cosas nuevas, y que así se aprende. Curiosa justificación, curiosa excusa para enmascarar la más absoluta estupidez humana. A nadie le gusta que escoja un plato y le salga amargo, que mire de luchar por unos postres y se hayan acabado en sus narices. A nadie le gusta la falta de sinceridad. Nadie quiere ser mentido/a. Pero a menudo ocurre, y eso llega a suceder es mejor dejar el barco que siga río abajo, siga el curso hacia el mar y se pierda en su horizonte.

No nos damos cuenta que andar, pasear, y hacer el camino con tranquilidad y paso firme es mejor que llegar antes y aburrirse, o decepcionarse, porque nunca puedes remontar el río. No somos truchas para realizarlo como algo innato. Solemos pensar erróneamente una frase que como no dejemos de usarla seremos infelices el resto de nuestra vida: “¿qué hubiera pasado sí…..?”, “¿y si escojo esto….?”, “¿acertaré?”.

Escoger es difícil, equivocarse también, pero igual de complicado aunque pensemos que es peor; a largo plazo lo agradeceremos. Nadie ha dicho nos ha dicho nunca que hacerse mayor fuera un camino de rosas. De pequeños solemos desear crecer, ser mayores para hacer las cosas de los mayores, pero claro, lo vemos desde nuestros ojitos de niños, y eso quiere decir, ver el mundo bonito, enorme, verde, pacífico, dulce, y muchos más adjetivos, pero la inocencia se nos es robada a medida que crecemos, nuestra concepción de las cosas y del mundo entran en una profunda crisis existencial. Y sólo nos queda llorar. O al menos eso hace mucha gente. Otros escogen aprender, y seguir adelante, superarse, demostrarse que son únicos/as, que alguien ha perdido más que nosotros/as dejando que no sigamos el mismo camino.

Una amiga, a la que quiero más de lo que suelo decirle a veces, me hizo una pregunta por la que no conseguía encontrar una respuesta válida, y me pidió si era capaz de explicarle algo que pudiera ayudarla, para que su corazón no siguiera tan confundido. Espero que esto que he escrito pensando en ti haya podido responder a tu pregunta. El cielo nunca se oscurece tanto como para no poder ver, el cielo no pone barricadas.


The Barricades of Heaven -- Jackson Browne

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