jueves, 16 de noviembre de 2006

LÁGRIMAS PERDIDAS

A menudo queremos volver a ser pequeños. Para regresar a nuestra infancia, dónde sólo nos preocupaba si la bicicleta se nos había quedado anticuada, o si el vecino mayor de enfrente nos quería pegar porqué jugabas con su hermana y te tenía una manía injustificada a tu entender. Pero claro, sólo tienes 9 años, y todo te parece demasiado complejo y complicado. Cosas de mayores piensas a menudo. En cambio deseas crecer de un modo muy rápido, y lo que son dos años para ti quieres que pasen en realidad doce, para así poder hacer las cosas que hacen los mayores.

Inocencia se le llama a eso. Algo que perdemos a medida que cumplimos años, y la sustituimos por quebraderos de cabeza, problemas personales, o bien ajenos pero que el daño colateral se encarga de recordarlos, y que repercutan indirectamente en nuestro paseo por este planeta, por esta vida que a veces no nos pertenece, o al menos es lo que nos han enseñado a creer.

Controlar todo cuanto nos ocurre, pensamos, o actuamos es imposible, aunque nuestro umbral de inteligencia sea superior a la media. Sencillamente no es posible, nunca puedes controlar aquello que no sabes el motivo, aquello que no sabes que ocurrirá, ni de que modo actuarás en ciertas situaciones. Puedes entrenar para ello, leer a grandes autores universales para ver si encontramos pistas y conocernos mejor, puedes pasarte horas meditando una solución a un conflicto interno o externo. Pero seguirás sin hacer lo más importante, que no es más que ver y entender las señales que van apareciendo.

Ahí está la clave de todo ello. Nunca lo hacemos, simplemente nos precipitamos, no escuchamos, no vemos, no estamos al día de nuestros pensamientos más escondidos, no le hacemos caso a nuestro verdadero ser. Traspasamos esa responsabilidad al músculo que no está preparado para hacerlo: El Cerebro. Pero el cerebro no deja de ser un almacén y una fábrica a la vez, y como cualquier empresa necesita trabajadores, tener un stock, papeles que archivar, empleados que escuchar. Y por lo tanto se ha de mimar, de cultivar, de potenciar, pero para estar preparados y cuando llegue la ocasión utilizarlo como soporte no que decida por completo o corremos el enorme riesgo de equivocarnos.

Crecer, vivir día a día es complejo, es a veces incluso triste, o carente de sentido. Y nos equivocamos si pensamos esto. Nunca seremos personas libres de espíritu (de lo otro es una utopía mientras exista el dinero, los políticos y este tipo de poder, los hombres no son capaces de gestionar correctamente tanta responsabilidad sin perderse por el camino, sus ansias de poder les consume). Al menos en nuestro espacio interior, en nuestro cuerpo, en esa prisión del alma, deberíamos de ser libres. De no cuestionarnos nuestras propias decisiones, y si nos equivocamos aprendemos de ello, y si caemos nos volvemos a levantar, pero rendirnos o tirar la toalla es algo que no debería ni tan siquiera existir un nombre o concepto que lo definiese.

No deberíamos llorar por aquello que no tenemos, sólo por lo que hemos perdido, por lo que se nos ha escapado, por lo que no hemos sabido aprovechar, y deberíamos de llorar más a menudo de alegría por lo que sí tenemos, por quienes somos, por quién nos tiene en cuenta en sus vidas, por quién en realidad nos ama, por estar vivos y ser conscientes de ello.

If I Could Be Where You Are -- Enya

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